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EXPEDICIÓN 2015

PROYECTO PUMASILLO: ESCALADA AL NEVADO PUMASILLO Y GARRA DE PUMA

La escalada al Nevado Choquezafra y el descubrimiento de una lata con un nombre y una fecha, me abrió la puerta a la investigación. La espectacular pared de roca de la "Garra de Puma" se confundía con otro topónimo de igual nombre pero una importante diferencia. La existencia de otra montaña, el Nevado Pumasillo, que en quechua, significa lo mismo.

Pumasillo permaneció oculto en nuestros viajes anteriores pero un trabajo de investigación intentando recopilar todas las expediciones que se adentraron en la Sierra de Vilcabamba, me llevó a encontrarme con esta montaña y un libro de 1957 que narraba la increíble hazaña de siete escaladores británicos. La foto de portada con la espectacular imagen de uno de los escaladores en su cumbre dejaron claramente cual sería nuestro próximo objetivo: Escalar dos montañas y formar dos equipos, uno para el Nevado Pumasillo y otro para la pared Aguja de Pumasillo y unir ambas con una ruta de trekking de alta montaña.

los pioneros

Descubrimos Pumasillo porque encontré esta historia. Me fascinó por la hazaña, por el tiempo transcurrido y porque creía que nadie había vuelto a intentarla desde 1957.

Finalmente fueron siete expediciones anteriores a la nuestra. Con cumbre e intentos pero sin duda todos compartiendo una experiencia inolvidable.

La ruta final de acceso fue la más marcada
Estos son los Campos Base y Avanzado (plataforma de piedras) que siguieron todas las expediciones.

fotos expedición neozelandesa 1968

BOB MACKERROW, participó en la Expedición Neozelandesa en un intento al Pumasillo de 1968. Una larga experiencia como alpinista, haber pisado el Polo Norte y su gran compromiso con los más necesitados. 

 

el equipo 2015

momentos de una expedición

Vídeo realizado por Andrés Villar que recoje algunos de los momentos vividos en esta expedición. Es un vídeo muy ameno y simpático de 12 minutos de duración.

trailer escalada "la garra del puma"

"PACHAMAMA" 400 metros A3

Texto: Salvador Muñoz

Vídeo: Juan Martínez Dalmau

UNA EXPEDICIÓN: DOS OBJETIVOS EN BLANCO Y NEGRO.

 

 

Las Garras del Puma son dos montañas ubicadas en la Cordillera de Vilcabamba, en la provincia de Cuzco, Perú. Una cordillera que conocen bien Rubén Suárez y Santiago del Valle. Ellos junto a otros gallegos, llevan efectuando expediciones en la zona, no solo de carácter deportivo, también humanitario en colaboración con la ONG Labañou Solidaria en el desarrollo económico y social, con un sistema de microcréditos que ha ayudado y ayuda a muchas familias a crear un tejido productivo sostenible. Por otra parte Santiago ha liderado varias investigaciones de carácter arqueológico e histórico sobre la ubicación real de Vilcabamba la Grande, última ciudad Inca. Desde Vitcos, ruinas de un importante asentamiento inca, antes de la definitiva huida hacia la selva, se ven las dos Garras del Puma, el Nevado Pumasillo (la blanca) y el Pumasillo (la Garra Negra). El Nevado Pumasillo sería el objetivo del grupo Gallego, en él participarían el guardia civil Jesús Montero y otro en la reserva, Andrés Villar. Su objetivo es una montaña muy difícil de unos 5.900 m., apenas ascendida en cinco o seis ocasiones y con una apasionante historia. El Pumasillo o Garra del Puma es una pared de unos 400 m., su base a unos 4.500 m. y su cumbre rondando los 5.000 m. Hasta ahora inescalada y casi inexplorada. Cuando Rubén me invitó a escalar esta pared tenía claro que tendríamos que ser dos escaladores quienes asumiésemos el reto, en parte para que fuera completo. Roberto de Paz, escalador leonés y cangués de adopción, se unió enseguida a la expedición. Roberto es un escalador con experiencia y muy positivo, sin duda cualidades imprescindibles para la escalada que nos esperaba. Al grupo también se apuntó Juan Martínez Dalmau, otro cangués de adopción y valenciano de nacimiento. Juan es un excelente fotógrafo, pero además es médico y no menos importante un buen amigo de los dos. Juan cargaría, no solo con un buen botiquín y su sabiduría médica, además portaría un dron para tomar imágenes aéreas de la escalada. El día tres de junio todo estaba listo para salir de Cangas de Onís hacía la T4 de Barajas. Habíamos conseguido el patrocinio del Excmo. Ayuntamiento de Cangas de Onís, y Rab, Edelweis, Alpin Muntain, Adidas Eyewear y la tienda Oxígeno que nos habían proporcionado material y equipamiento. La Guardia Civil nos dejó la hamaca de pared y petates. Con eso, nuestro material y el que nos dejaron esos maravillosos amigos de los que siempre echas mano llegamos a facturar, como no, con exceso de equipaje que pagamos religiosamente. Ultimas compras en Cuzco y rápidamente salimos hacia la montaña. En Pucyura nos alojamos dos días, que sirvieron para visitar las ruinas de Vitcos y aclimatar. Nos organizamos con el transporte. un camión llevaría nuestros 300 kilos de equipaje, contratamos un cocinero y cuatro porteadores, hicimos alguna compra más de comida y el día 6 salimos hacia el Pumasillo. El primer día llegamos a una campera a 4.000 m., allí tuvimos una pequeña rebelión de los porteadores, que cómo no, se solucionó con dinero.

Al día siguiente plantamos el campo base a 4.500 m, en la misma base de la pared. Y en la mañana del 8 comenzamos la escalada. No sabíamos por entonces que el clima iba a ser casi matemático. Amanecía un día espectacular y todo parecía que iba a ir sobre ruedas. A lo lejos, en la Selva, se percibía una nube, los primeros días la veíamos demasiado lejos para inquietarnos, a las pocas horas aquella nube cubría por completo la pared, poco después comenzaba a llover, y un poco más tarde a granizar. Al atardecer el cielo se limpiaba y daba paso a una noche fría y estrellada. La pared, por efecto de esta humedad estaba llena de musgo y las fisuras taponadas de tierra y hierba, así, para progresar teníamos que limpiar las fisuras para emplazar los seguros. Pronto nos dimos cuenta que escalar en libre (valiéndonos solamente de nuestros pies y nuestras manos) sería una quimera. Así que la escalada se hizo penosa y lenta, teniendo que progresar colgándonos de las piezas que conseguimos encajar en aquellas sucias y húmedas fisuras. Cuando llevábamos la mitad de la pared izamos nuestros petates con la hamaca, sacos y comida para quedarnos ya en ella y no bajar más a la base. Nos quedaban cinco días y creíamos que, aunque algo justos de tiempo nos daría para terminar la vía. 

El penúltimo día creímos que podríamos, en una jornada larga, alcanzar la cumbre, pero nada de eso sucedió y apenas nos permitió escalar unos metros. Enseguida nos dimos cuenta que nos encontrábamos en el día mas crudo de todos los vividos. Una copiosa nevada nos obligó a bajar por las cuerdas hasta la hamaca. Llegamos empapados y para colmo la hamaca comenzó a calar y nuestros sacos se mojaron. La situación era desesperada. Si al día siguiente se repetía el clima, tendríamos que abandonar. Aún con buen día, solo tendríamos ese para culminar la escalada de la pared. Otra vez el cielo despejado, otra vez una nube encima de la selva. Salimos con determinación de la hamaca para progresar por la pared. Al llegar al último punto que alcanzamos el día anterior, Rober me dice que se le olvidó el martillo en la hamaca. Le contesto que con mi martillo nos arreglaríamos. Comienzo a escalar con una progresión similar a los largos anteriores. Al llegar a una zona donde la cosa se complicaba, coloco una pieza con el martillo y… ¡no me lo puedo creer!, al soltar el martillo veo como este se pierde pared abajo. 30 años escalando y nunca me cayó el martillo. Grito desesperado a 40 m. del final de la vía, me doy de cabezazos contra la pared, 11 días de luchas y penalidades para sucumbir a 40 metros del final. Sorprendido oigo la voz tranquila de Rober que me dice: no hay problema, bajo a por el mío. No me lo puedo creer, yo no hubiera tenido esa fortaleza mental. Tal y como estábamos, cansados y con cierta desesperación…No nos quedaba mucho día por delante, pero Rober bajo y subió en tiempo récord. Seguí la escalada. Agotado hice reunión a unos 30 m del final de la pared, le tocaba a Rober sacarme de allí. Llego al final al filo de la noche, Juan, nervioso desde el suelo me pedía que yo ya no subiera, pero no pude concederle la paz y tranquilidad que para él suponía cada día vernos llegar a la hamaca a salvo y subí, ¡claro que subí!. Y nos abrazamos y gritamos como dos locos. La bajada a la hamaca, como no podía ser de otra manera, también fue épica, en el segundo rapel, ya de noche, se nos engancharon las cuerdas. Bajamos por las cuerdas que teníamos instaladas. Y en el tercer papel se me cayó la frontal y me quede a oscuras, en una pared de 400 m. en medio de la noche más oscura y menos estrellada que tuvimos. “Felismente” (como dirían por allí), llegamos a la hamaca. El dron, por viento o por nieblas, solo pudo volar dos días, pero la presencia de Juan y de Jorge, nuestro cocinero, fue imprescindible para poder terminar esta escalada. No supimos de la suerte de nuestros compañeros gallegos hasta llegar a España. Lucharon por conseguir la cumbre del Nevado Pumasillo, pero las grietas y la nieve blanda en un paso les impidieron alcanzar la cumbre aunque estuvieron muy cerca de ella. Su éxito, sin duda, es haber vuelto y haber vivido una gran aventura.

 

 

COMPONENETES DE LA EXPEDICIÓN: 

Roberto de Paz, Juan Martínez Dalmau y Salvador Muñoz Expedición Garra del Puma.

 

 

nevado pumasillo. arista oeste. ruta de 1957

El día 6 amaneció soleado. Hubo risas eufóricas por encontrar el sol, por descubrirlo en los cielos andinos. El grupo después de tres días de convivencia se dividía definitivamente. Tres se iban a enfrentarse a la aguja de roca de la Garra de Puma, aventajados en un trayecto más corto y relativamente más cómodo, transportando en camión todo hasta los campos anteriores al ascenso del Abra Chucuito y después porteo de mochilas a la espalda en apenas unas horas hasta lo que sería su Campo Base. Para nosotros, para el equipo del Nevado Pumasillo, las cargas cargaron las mulas que nos llevarían, siguiendo la ruta del grupo de Cambridge de 1957 que había estudiado diferentes aproximaciones de entrada para atacar la cumbre de Pumasillo, encontrando como la única factible la ruta que sigue hacia Choquequirao y afrontar la escalada por la arista oeste que pasaría a convertirse en la “ruta normal".

 

- ¿Normal? Uff, mete miedo – dije. Sin embargo esa cumbre falsa de la arista norte es impresionante. Esa da más miedito aún!!.

 

Nos aventuramos por el Choquetacarpo. Andrés es un culo inquieto y ya se había acercado hasta el glaciar con Pablo Teijeiro para darle unos pegues al piolet. Al día siguiente a Pablo no le quedaban más días y le tocó darse la vuelta para regresar a Cusco y coger los vuelos correspondientes hasta España. Nosotros nos metimos o nos aventuramos a explorar el Choquetacarpo. Yo sabía que la entrada no era por esta cara, más bien creo que se gana desde el Abra que lleva su nombre, pero dada la proximidad de nuestro Campo Base, desde abajo pecamos como novatos creyendo que superando una loma y ganando la nieve enseguida nos colocaríamos en el collado que rápidamente nos enviaría a la cumbre.

- En menuda embolada nos hemos metido otra vez… - soltamos alguno.

Pasamos de cortado en cortado hasta que definitivamente desistimos viendo el reloj y lo expuesto, complicado, roto y laberíntico que se nos estaba volviendo desde este lado que en teoría aparenta ser asequible para atacar el Nevado Choquetacarpo. Lo mejor que nos llevamos desde aquí fue la buena visión sobre el Pumasillo y la arista con la que habíamos pedido cita dentro de un par de días.

- Rubén, desde aquí ya no me parece tan complicada – dijo Andrés. Pero bueno, hay que esperar, aunque desde aquí ya no da tanto miedo. Se ve mucho más factible.

 

Lo que quedó de día lo aprovechamos para hacer un porteo desde el Campo Base al Campo Avanzado, que nos llevó aproximadamente una hora y media siguiendo el camino equivocado  y entrar por la derecha, recorriendo un riachuelo y avanzando por una larga pedrera que nos dejó en una plataforma que Niclievizc me había indicado e identificando, bien visibles, los muros que protegerían la tienda. En esa zona, también, como me explicó en su correo, estaban amontonadas viejas latas que pertenecieron a las expediciones antiguas. Sentí un escalofrío cuando aquel montón de óxido me hizo recordar todo lo que había leído sobre los contados alpinistas que arriesgaron con su escalada o intento al Pumasillo.

 

El día siguiente despertó con el entusiasmo y los nervios apropiados sabiendo que tocaba el avance definitivo hacia el Campo Avanzado. Acordamos con los arrieros que subiesen a ayudarnos a bajar las cargas dentro de cuatro días. Pablo Fadeville dijo que no se sentía bien y que no nos acompañaba en esta aventura y que regresaba a Cusco en busca de menor altitud y el calor de la Plaza de Armas a mediodía. Andrés, Jesús, Luís y yo subimos la ladera hasta ganar la arista que teníamos al final del valle, cayendo vertiginosamente hacia el viejo y deteriorado glaciar que impotente pierde su masa de hielo a causa del calentamiento global. Por fin estábamos de nuevo en la plataforma. Descansamos un rato y yo me fui a colocar una piedra sobre un gran hito de piedras que señalaba el Campo Avanzado. Instalamos la tienda, cenamos y dejamos las mochilas preparadas para el día siguiente. Andrés se fue a explorar la entrada al nevado y me trajo una reliquia.

- Toma – me entrega en mano, un trozo de cuerda de cáñamo que estaba soldada al glaciar. Sé que estas cosas a ti te gusta tenerlas.

Era un trozo de un metro aproximadamente. Un anillo de cuerda de cáñamo de 8mm. ¡¡Sin duda, por el material, tenía que ser de la expedición de 1957!!

 

Pumasillo se escondía en la tarde y nosotros nos refugiábamos del frío en la tienda al calor de los sacos. Afuera, las avalanchas nos hacían callar con su sonido atronador. Hablamos de como les iría a nuestros compañeros en la pared vertical de la Garra del Puma, creyendo que disfrutarían de su escalada con el buen tiempo y una pared tan impresionante, pero nada de lo que pensábamos se correspondía a la realidad.

 

Despertarse a las seis de la mañana el primer día de escalada significa que no tuvimos excesiva prisa en madrugar. Después de un buen desayuno y superado el calvario de remontar la morrena, nos situamos a pie de nevero a las ocho en punto. El grupo me permitió iniciar la escalada. Establecimos dos cordadas. Jesús y Luís,  Andrés y yo. Arrancar de primero tenía la simbología de abrir la puerta de los sueños, de tocar por fin la realidad de un proyecto que llevaba meses trabajando. El recorrido es muy evidente, escalando entre los 45 y 55º de desnivel, sorteando las grietas que aparecen en toda la línea, avanzando de izquierda hacia la derecha, con enormes y amenazantes seracs en los que la fortuna jugaba su importante papel. Alcanzamos la arista que ya nos daba una visión hacia la cara sur y su imponente glaciar. La salvamos escalando un resalte de unos 65º y volviendo a ganar la cara oeste, en una travesía que nos situó debajo del muro de hielo y que ronda los 85-90º. Aquí, Jesús y Luís, por aventurarse en el estudio de otra posibilidad menos dura, se metieron erróneamente por un canalizo típico de las montañas andinas. Andrés y yo nos situamos en otro canalizo helado de unos 55-60º y como en todo en esta montaña, muy expuesto, debajo de un impresionante serac. Me santigüé y lo seguí, haciendo cortas travesías de un canalizo a otro. Las fuerzas me fallaron cuando ya escalaba hasta una cueva debajo del serac, donde Andrés había establecido nuestra tercera reunión en la pared. Solo sentí que desfallecía y que caía montaña abajo. Un precario reenvío saltó y fue Andrés quien, afianzando instintivamente sus pies en la terraza de la cueva de hielo, detuvo el destino de irnos por un largo tobogán hasta el fondo de una grieta que nos esperaba doscientos metros más abajo.

Estábamos en un emplazamiento impresionante, como una catedral de hielo, esculpida por la naturaleza, el frío y el sol. Me recordaba a una imagen del grupo de los ingleses cuyo pie de foto la citaba como “El horror de Harry”.

 

No sabíamos nada de Jesús y Luís porque no los veíamos y en alguna ocasión escuchábamos el eco de sus voces que no parecían estar pasándolo del todo bien. Desde donde estábamos, después de dos espeluznantes travesías entre canalizos, entendimos que la ruta seguida por Nathan y Niclevizc era la que estaba a nuestra izquierda mirando hacia la cumbre y que desembocaba directamente en el primer gran plateau, fuera del peligro de nuestro serac. Reorganizamos la reunión instalando un tornillo largo y aprovechando una de las columnas de hielo, uniendo todo con un cordino, que salvo un desprendimiento, todavía deberían seguir allí, ya como parte de las reliquias andinistas de la montaña. Nuestro objetivo era dejar cuerda fija para el ataque al día siguiente. Tiramos una de las cuerdas estáticas de 60 metros que nos tocó cargar, otra reunión en mitad de la pared y para los otros 60 metros que nos faltaban utilizamos nuestra cuerda dinámica y ahí nos quedamos, con otros 70 metros que nos faltaban para alcanzar la rimaya del muro. Nos tocaba esperar a que Jesús y Luís viniesen a buscarnos, a sacarnos de ahí escalando desde abajo. Por fin aparecieron. Venían de pasar lo suyo en su ruta que los llevó directamente a la pared sur del Pumasillo.

- ¡No veas que miedo pasamos ahí en aquella arista! - exclamó Jesús. ¡Como un cuchillo! Menudo patio y rapelando de una seta que no las tenía todas conmigo. Descendimos y también dejamos fija la cuerda de Jesús haciendo en total 120 metros que nos ayudarían mucho desarrollando una progresión rápida al día siguiente. Sacamos otra cuerda dinámica de la mochila y descendimos las rampas y sorteamos las trampas glaciares hasta la morrena. A las 16:30 el color naranja en el interior de la tienda languidecía con la tarde. Afuera, de vez en cuando, alguna avalancha sonaba como el paso de un tren.

 

La noche estaba fría, helada y siempre perezosa para abandonar el calor del saco. Madrugamos a las dos y media para empezar lentamente a superar una morrena que a mí se me antojaba larguísima y un incordio. A las cuatro y media escalábamos ya las primeras rampas de nieve. La luz de la frontal impacta en lo blanco como un flash y se pierde muy lejos. Tanto que jugamos como niños a ver cual era la que tenía mayor alcance. El sonido rítmico de los crampones pisando la nieve dejaba su banda sonora, sorteando de nuevo las grietas y buscando con la luz que cada serac estuviese soldado a su sitio. Alcanzamos pronto el muro de hielo y las cuerdas fijas. Nos fijamos a ellas, a la seguridad y a la rapidez que dan. Primero Andrés, Jesús, Luís y yo. Disfrutando y maldiciendo por momentos en cada golpe de piolet sobre un casi impenetrable y quebradizo hielo. Fuimos subiendo por tramos de cuerda y a mí, de último, me tocó comerme todos los pedruscos que mis compañeros fueron dejando. Por fin nos situamos todos en la repisa, en la reunión dejada por Andrés y yo y que no dudamos en reforzar. Acurrucados en el serac, los enormes chupiteles de hielo convertían el sitio en una fría catedral. Iniciamos una preciosa travesía hasta el primer gran plateau. La imagen era de postal. Preciosa, completamente alpina o andina en este caso. La cumbre de Pumasillo se veía muy cerca aunque sin obviar que todavía nos faltaban grandes dificultades pero que la sucesión de los plateau permitirían una progresión relativamente rápida. Cuando estuvimos por encima del primero descubrimos que la fotografía de Nathan y Niclevicz del año pasado, ya no se correspondía con la realidad. La fisura que dividía un serac tan grande como un edificio de cinco plantas se había convertido ya en pared y el inmenso bloque de hielo se había roto en mil pedazos por toda la ladera en lo que tuvo que ser una descomunal caída. La naturaleza cambiaba a pasos agigantados las características del Pumasillo.

- Llevamos muy buen horario – dijo Andrés. Y esto que nos viene se hace rápido. Lo importante es establecer un horario de escalada. ¿Que os parece hasta la 13:00? – preguntó.

Todos coincidíamos en lo dicho pero en la montaña todo es imprevisible.

El cielo azul que descubrimos con el amanecer comenzaba a desaparecer ocultado por unas nubes que ningún andinista desea encima de su cabeza. Para colmo, la nieve era blanda y nos enterrábamos hasta la rodilla y para rematarla, al final del plateau, una grieta se abría entre nosotros y la ruta, con un insondable abismo hacia lo profundo. En su lado oeste su anchura podía rondar los 25 o 30 metros y en su parte más estrecha un delicado paso de una cornisa que directamente colgaba sobre la espeluznante cara sur. Sé que Nathan y Niclevicz, por sus fotos superaron este tramo. Tal vez nosotros teníamos también esa posibilidad o tal vez era entrar en un juego del que no sabíamos hasta donde podría llegar nuestra apuesta. Me acordé de una cita que siempre me acompaña “Coraggio Estefano, sempre coraggio”. No hubo ese coraggio. Eran las 10:00 de la mañana, se levantó un fuerte viento y el cielo encapotado ayudó a tomar la decisión de dar la vuelta. Durante la travesía empezó a nevar, el cielo se cerró por completo y no volvimos a ver la cumbre del Pumasillo. Los rapeles fueron espectaculares con esa climatología que nos castigaba. En la segunda reunión de la pared de hielo y ya sin la seguridad de una cuerda por arriba, estábamos tres colgados sobre un tornillo de hielo y una estaca a medio clavar pero muy soldada a la pared. Me percaté de algo que pudo costarnos un serio disgusto.

- ¡Cuidado! - grité. Tenemos el mosquetón del tornillo abierto. ¡Jesús aúpate rápido sobre los piolets! – Yo hice lo mismo mientras todos dependíamos de la resistencia de la estaca.

- Ufff, menos mal que te diste cuenta – dijo Luís. Esto nos pasa por no utilizar mosquetones de seguridad en estas maniobras.

Y para abajo, otra vez rapelando de uno en uno. Recuperamos las cuerdas, nos encordamos a una para seguir saltando y rodeando grietas hasta llegar de nuevo a la morrena que guardaba un tapiz blanco de la nevada.

- Joder, lo tuvimos ahí – decíamos todos. Nos faltaban dos plateaux más y meternos en capilla con los bloques previos a la cumbre. Caía la noche y el cielo, como siempre en esta parte de la Cordillera Andina, tenía la costumbre de abrirse para mostrar una inmensidad de estrellas. Nosotros decidíamos darle fin a esta actividad. Pumasillo es una montaña digna de grandes y temerarios escaladores, muy cambiante debido al calentamiento global. Nosotros, lejos de ser grandes, vivimos de nuevo la experiencia del fracaso y por algo fascinante, seguir una historia que nació en 1957. Era un homenaje a quienes pisaron su cumbre después de siete días de escalada. Para ellos iba nuestra experiencia y el honor de haber compartido este sueño con unos pocos que también se atrevieron a acercarse hasta ella.

 

 

 

 

 

 

ANDINISTAS NEVADO PUMASILLO: Andrés Villar, Jesús Montero, Luis Solla y Rubén Suárez.

 

 

 

 

 

Algunas de las fotografías que se muestran son capturas de pantalla de nula calidad pero son testimonio de la experiencia vivida.

acceso al Campo Base

Acceder al Campo Base desde Yanama supone adentrarse en los pastos de la Comunidad. Entrar con caballería significa negociar un pago por el porteo de las mulas pero condicionado porque tendrán que regresar a una zona más baja pero siempre cercana.

Le explicamos que potenciábamos el turismo en la zona y que tenían que pensar en cuidarlo porque pronto sería una fuente de ingresos.

nevado verónica

Antes de nuestro regreso, nos decidimos por una cumbre más factible, aunque sin dejar de ser comprometida. El Nevado Verónica domina el paisaje desde el Abra Málaga, partiendo desde 4.300 m.s.n.m hasta su cumbre de 5.600 m.s.n.m.

El retroceso glaciar, como en todos los andes, es enorme, hasta variar incluso las rutas de escalada o llegando en un breve espacio de tiempo a hacerlas casi imposibles.

En Verónica atacamos por el flanco derecho, desde un Campo Base situado al pie de su glaciar pero entrando por la derecha de la ruta considerada a día de hoy, normal. 

Sin pretenderlo, y llegando al collado desde el que en un estrecho paso se encaran ya las laderas y arista final hacia la cumbre, nos metimos de lleno en el glaciar sur, por el que buscamos un paso, con un avance penoso al enterrarnos hasta la rodilla, volviendo a encontrar una mejor condición de la nieve y una grieta que, una vez más, nos daba al traste con la idea de alcanzar la cumbre.

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diario de viaje

CORDILLERA DE LOS ANDES 

Sierra de Vilcabamba

rubén

 

suárez

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