EXPEDICIÓN 2008
ESCALADA AL NEVADO CHOQUEZAFRA 5.174 m.
En el camping de Huancacaye pasamos una noche. Don Atilano es el encargado de las instalaciones y fue quien nos preparó la cena.
A punto de irnos y mientras todos los niños pasaban saludándonos camino de la escuela, este niño dejaba en su mirada la curiosidad sobre los extraños. Le dimos una chocolatina que endulzó el momento.
El explorador Santiago Del Valle Chousa, descubridor de la última capital Inca, Vilcababamba La Grande.
En el camping de Huancacaye pasamos una noche. Don Atilano es el encargado de las instalaciones y fue quien nos preparó la cena.
la escalada
Valle Blanco es tan hermoso como triste por ser un escenario cruel de la historia de Sendero Luminoso. Fue el Campo Base de la expedición y exploración del Nevado Choquezafra. En el collado de la derecha encontramos un altar piramidal de oración y nuestro Campo Avanzado se situó a los pies de la primera cumbre y cima principal.
En el Campo Avanzado con hierba construimos un lecho cómodo sobre las piedras para instalar la tienda.
Lo extraordinario en la Cordillera de Vilacabamba es la frontera que marcan los nevados con la selva amazónica. Un brutal y majestuoso contraste.
Valle Blanco es tan hermoso como triste por ser un escenario cruel de la historia de Sendero Luminoso. Fue el Campo Base de la expedición y exploración del Nevado Choquezafra. En el collado de la derecha encontramos un altar piramidal de oración y nuestro Campo Avanzado se situó a los pies de la primera cumbre y cima principal.
Antes de que cayese la noche el campamento con su hoguera estaba instalado al igual que cada uno de los días anteriores. En esta ocasión había algo más especial. Un obligado pago a la Madre Tierra. Un ritual que Pascuala llevó a cabo en un acto cargado de misterio, silencio y palabras mágicas para la ofrenda a la Pachamama. Ella nos trae y ella nos lleva. Se quemó un paquete de papel estraza con diferentes flores y plantas de poderes energéticos como las hojas de coca, encomendándonos a la divinidad para que alcanzásemos la cumbre protegidos contra los peligros. A la mañana siguiente iniciábamos la marcha desde el Campo Base hasta el Campo Avanzado situado a 4.700 m.s.n.m.
Los mulos ya no podían continuar por la dificultad del terreno, así que tocó cargar enormes mochilas por un sendero muy empinado, saliendo de una zona de vegetación a una puna. En un collado encontramos una plataforma piramidal de oración que había sido huaqueada pero que confirmaba la importancia religiosa de la montaña. Nuestra adaptación a la altitud no iba mal del todo pero había un punto muy importante que nos pasábamos por alto. Nos faltaba beber más, ingerir más líquido y las prisas con las que parecíamos movernos apenas invitaban a detenerse para tragar un poco de agua. Esas prisas, el estrés que generó organizar la primera expedición, el choque de carácter hizo mella entre Andrés y yo que nos llevó a discutir una y otra vez desde Madrid.
Nuestro sitio era privilegiado con la Cordillera de los Andes y la selva amazónica a vista de pájaro. Esa visión enriquecía la existencia con un amanecer despejado y todo ese atractivo se esfumó cuando el infiernillo se negó a funcionar, arrancándonos improperios que nacían de la rabia porque no conseguimos arreglarlo, circunstancia que significó pasar cinco días en la montaña sin una taza de café o una comida caliente a temperaturas de -10º. El día anterior habíamos realizado una pequeña exploración del terreno y enseguida encontramos una canal que nos daba un acceso cómodo hasta el último resalte para alcanzar la cima. Teníamos que localizar una ruta normal, lo más factible posible para que un grupo de Incas, hace más de cuatrocientos años, no tuviesen que alcanzar la cumbre realizando una escalada propiamente dicha. Así que comenzamos con una trepada bastante cómoda hasta que encontramos una serie de viras por las que continuamos nuestra ascensión. Ante nosotros emergían agujas por todos lados y la idea de una montaña sin cordales desaparecía. Un diedro tentador apareció en nuestra ascensión por lo que abandonamos la facilidad de las viras para encararnos a el. También la idea que traíamos de una montaña compacta se había desvanecido el mismo día que llegamos al Campo Avanzado. Las enormes pedreras que descendían desde la misma cima nos situaban a los pies de una montaña rota y ese deterioro en la piedra convertía la escalada, más que en difícil, en peligrosa. La niebla cayó, lo cubrió todo, seguíamos escalando sin saber a ciencia cierta si nos dirigíamos a la cumbre principal. En los meses anteriores intentamos averiguar si se trataba de una cima virgen sin encontrar nada al respecto. Desde la cresta cimera vislumbramos un pequeño hito de piedras. Debajo de ellas una lata corroída por el paso del tiempo, un papel protegido por un plástico quemado en sus bordes: A. F. Hartmann. 7 de Julio de 1968 y una dirección. De la cima que quieren que les cuente, no hubo abrazos, hubo fotos de banderas, los lloros fueron individuales y aunque estuvimos cerca del cielo descendimos con demonios en el cuerpo.
Al día siguiente Andrés y yo abrimos una vía en el corredor norte, la bautizamos con el apellido de nuestro porteador más emblemático: “Quispecussi”. La escalada aquí fue muy psicológica. Apenas había donde colocar un friend que realmente pudiese soportar una caída. Hicimos largos de 30 metros sin fijar ningún tipo de seguro, lo normal era quedarse con las piedras en las manos que conseguían acelerar el ritmo cardíaco aupado por un abismo metido en un escenario tétrico. Al mediodía, con el calor, las piedras que caían desde lo alto con el deshielo, producían un sonido atronador que te dejaba el corazón en un puño. Los tornillos en el hielo trabajaban bien pero a cada golpe de crampones y piolet solo conseguíamos romper en pedazos el viejo glaciar y la progresión también era igual de expuesta que en los tramos de roca. Al final la suerte acompaña y por fin lo habíamos superado quedándonos entre las dos cumbres sin ganas de nada más. De esa escalada me quedo con cada momento porque literalmente nos la jugamos, pero sobre todo con el último abrazo que nos dimos Andrés y yo después de un peligroso rapel de cincuenta metros con una cuerda apoyada en un minúsculo pico de roca que sobresalía de un bloque de piedra que un movimiento desafortunado podría traernos encima. Con ese abrazo entusiasta parecían disiparse las discrepancias que veníamos arrastrando entre los dos pero no fue más que una pausa. Durante la noche el cielo se despejaba como quien abre una persiana y retira las cortinas de una ventana pudiendo admirar encima de nosotros el Choquezafra debajo de un cielo limpio y estrellado. Durante el día en torno a las tres de la tarde, la selva amazónica abría la fabrica de niebla que dificultaba la exploración. En el tercer día cayó una lluvia helada, la temperatura bajó y se convirtió en nieve obligándonos a pasar los dos días restantes metidos en la tienda hasta el momento en que tuvimos que abandonar la montaña con la ayuda del GPS porque no conseguíamos ver más allá de diez metros en un paisaje lunar.
El Misterio de Vilcabamba es una experiencia única que pasa por algo tan imborrable y tan excepcional como la Historia con mayúsculas. La ansiedad de los meses previos haciendo preparativos y esperando la fecha de salida tuvo sus consecuencias en el choque del carácter entre Andrés y yo durante la expedición y exploración al Nevado Choquezafra. Sin embargo, pese a ello, lo vivido fue extraordinario. Caminando durante cinco días hasta alcanzar el Campo Base, metido de lleno en otra historia más cruel vivida en Perú, entre el grupo terrorista Sendero Luminoso, el gobierno y la propia población que siempre es la víctima de todo. Nuestro Campo Base estaba instalado en un lugar que fue y volvió a ser campamento Senderista. Durante la aproximación, los paisajes de grandes montañas como El Cambaya, el Otaña, el Panta o el Azulcocha, atravesando valles que luego repetiríamos en la siguiente expedición del 2010, no hicieron más que maravillarnos y sensibilizarnos con el escenario que pisábamos y la humildad de las gentes que conocíamos. Cada jornada era un campamento diferente y cada jornada era una dosis increíble de aventura, de trasladar las vivencias leídas de otros exploradores a las que experimentábamos nosotros mismos.
Y eso solo era el principio. Santiago Del Valle nos había contagiado el Misterio de Vilcabamba. Su historia está en su libro, en sus documentales y de manera más rápida en su página www.vilcabamba.es
Era nuestra primera gran expedición y esa inexperiencia pesó demasiado. A día de hoy, prepararla me resulta mucho más relajante, sin prisas y sabiendo que hasta en el último momento los flecos sueltos tienen solución rápida. Aquellos meses previos eran contínuas llamadas telefónicas, buscando el patrocinio para el material de montaña. Decidí comerme ese marrón de lleno y la ansiedad por tenerlo todo cuanto antes dejó huella en mi carácter. El proyecto era bueno y la historia inmejorable.
Viajamos al Perú en la comodidad de un avión y nos metimos en una aventura digna de los viejos exploradores. De hecho, acompañábamos a un explorador que había descubierto una ciudad perdida. Parece increíble y en un mundo tan competitivo, donde todos buscamos ser los mejores y poseedores de la mejor experiencia lo que íbamos a vivir para muchos podría verlo como una excursión cualquiera. Y es cierto. Puede ser así. Sin embargo, a nivel personal era más que fascinante y lo sigue siendo, porque cada viaje a Vilcabamba me hizo encontrar nuevas y olvidadas historias.