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EXPEDICIÓN 2010

RUTA XV - EXPLORACIÓN NEVADO PANTA Y ESCALADA NEVADO AZULCOCHA

Cuzco nos recibió, en los coletazos del otoño austral de 2010, con una temperatura más agradable que hacía dos años cuando llegamos en los inicios del invierno. Viajar un mes antes supone, en tan breve espacio de tiempo, dos cosas: la climatología y un descuento considerable en las compañías aéreas que vuelan hasta el incaico país. En Cuzco pasamos un par de días de transición que a Pablo y a mi nos llevaron a revivir lo que ya conocíamos, atreviéndome a decir que con más ilusión y el deseo imborrable de volver a estar en ese ombligo del mundo como es la Plaza de Armas. Porque Cuzco o Cusco es el vientre de la Pachamama o el punto de partida que me hace renacer como expedicionario. Siempre con el Dóctor, me ilusionó enseñarle a los novatos la ciudad de piedra, sus rincones diurnos y sus ambientes nocturnos. Santi hizo sus trámites previos a cada salida hacia Vilcabamba con el Instituto Nacional de Cultura y nos llevó hasta un Centro de Salud donde Eva contactó con una enfermera con la que mantuvo una reunión profesional.  Cuando regresamos de los días dedicados a la pura aventura de explorar, Jorge, Pablo y yo decidimos vivir en la ciudad durante una semana y tomarla como punto de partida para algunas excursiones. Eva y José Ramón visitaron todos los lugares que nosotros ya conocíamos: Machu Picchu, Lago Titicaca, Arequipa... .

Las noches fueron una sucesión de salidas a pequeños locales de copas que daban la oportunidad a grupos que versionaban música actual en directo. El Km0  está en el barrio de Carmen Alto, a escasos metros de nuestra pensión. Es un bar diminuto y engrandecido por lo acojedor. Su nombre tendría que significar el principio y siempre terminaba como el punto final después de caminar hipnotizados por la calle Hatum Rumiyoc hasta que la cuesta de San Blas nos despertaba sin piedad con el sufrimiento de superarla, envueltos en un estado de embriaguez emocional y una luz artificial que vestía de amarillo la ciudad realzando cada una de sus piedras. 

la ruta xv

La Ruta XV nació, además de la exploración, para la colaboración desarrollando dos proyectos: el humanitario y el deportivo. Lo humano nace con el viaje anterior, pasando por zonas de extrema pobreza donde comprobamos que la vida es tan dura como difícil. Aldeas muy aisladas y castigas por una historia cruel y todavía latente. Pequeñas poblaciones en las que la ayuda médica es cuestión de largas caminatas, lo mismo que las necesidades que una profesora y sus alumnos puedan tener en el desarrollo de sus tareas. En Negreira, la asociación de vecinos de Logrosa organizó una cena solidaria en la que se recaudaron fondos para la compra de material escolar en las librerías más humildes de Cuzco y que después, en cada día de trekking fuimos repartiendo con una enorme satisfacción recompensada en la sonrisa y las canciones de unos niños con sus profesores y profesoras. Nosotros aprendimos mucho en poco tiempo. Aprendimos ese valor de las cosas que aquí en el primer mundo se antojan obligatorias y que parecen no costar nada. El trabajo de Eva como médico realizando una atención primaria y el choque emocional de cada circunstancia.

Necesitaba reecontrarme de nuevo con aquellos paisajes y admirarlos como no lo hice la primera vez. En esta nueva exploración, cada uno de sus extraordinarios valles regaban de calma mi interior y por contra, las  montañas desquiciaban mi entusiasmo por coronar todas sus cimas a la vez. Es una ruta de trekking fantástica que puede hacerse en ocho días. Nuestra idea fue desde un principio la promoción de cara al turismo respetuoso. 

 

En breve daremos a conocer las montañas de Vilcabamba con su historia y las enormes posibilidades andinistas. Uno de los parajes más bellos es sin duda Las Lagunas Azules en la cara suroeste del Nevado Panta y la "Laguna de Waswacocha" o "Laguna de los patos" en Porcay,  se presentó ante mí como el lugar más aislado y solitario que había pisado en mi vida. Cuando abandonamos este sitio miré hacia atrás en varias ocasiones. No podía evitarlo. Dominaba el paisaje cargada de todos los sinónimos que tiene la belleza y sobre esa masa de agua que cerraba el valle se depositaron todos mis sentidos. Volvía a cargarme del mismo misticismo que encontré cuando me acerqué a ella y el mismo pensamiento que en aquel instante surgió del interior: “más que la vida en sí, veía este sitio, como el lugar perfecto para la morada del alma”. 

 

 

 

la escalada

Desde el valle vimos que la cumbre del Azulcocha por la cara este era muy accesible y que llegaríamos rápido a ella porque el recorrido parecía relativamente corto. Nos distribuimos y nos encordamos a unos doce metros el uno del otro. Yo iría de primero, me seguiría Pablo, José Ramón y cerraría Jorge. Ninguno tenía experiencia en glaciares y observamos que éste bajaba desde la misma cima. Ir en cabeza supone dos cosas, tener la parte del trabajo más entretenida y vivir con intensidad cada paso.                                                                               

Cuando empiezas a ver algún que otro agujero semi oculto por una fina capa de hielo y debajo se abre un abismo al frío, el corazón empieza a latir al ritmo del sentido común de un alpinista que te grita que sigas, que es fantástico, que hay que continuar para explorar.                                                                                                                                                       

La idea era alcanzar un collado a la izquierda de la cumbre, que estaría a unos tres o cuatrocientos metros de la misma. Desde allí apreciamos que la escalada en el glaciar se volvía bastante vertical pero parecía el lugar más lógico. Si el hielo se complicaba, teníamos un largo resalte rocoso como alternativa para llegar a la cima. 

 

 

 

 

 

Desde la cumbre imaginamos una excelente visión hacia las vertiginosas aristas del Panta y las lagunas azules a vista de pájaro, con la cara oeste del Azulcocha que sin duda, ahora que conocemos el terreno, se presenta como más factible Progresábamos muy rápido a pesar de movernos en un continuo zigzag, bordeando enormes grietas y otras que asomaban tímidamente.Un glaciar es un paraje hueco, sin saber en que momento el grosor que tienes debajo de tus pies puede resistir tu peso. Una enorme grieta en forma de hoz truncaba la escalada. Miré hacia todos los lados, buscando la más mínima posibilidad. Establecimos una curiosa reunión de trabajo al borde de la fisura, disfrutando de su magnitud y maldiciendo que nos impidiese continuar. No había manera de bordearla. Encontramos un paso estrecho, como un pequeño puente partido en su mitad pero aparecía completamente inestable y fino. De sus salientes colgaban carámbanos que señalaban la vertical hacia lo profundo. Miré la posibilidad de coger velocidad con una pequeña carrera y saltarlo pero la prudencia nos llevó a estudiar otra vez el terreno. Cruzarlo no serviría más que para avanzar muy pocos metros y tropezar con otra de mayor anchura y cuya parte más alejada se levantaba como un muro. Eran las tres y media de la tarde y allí, metidos en un laberinto níveo no solucionábamos nada. Decidimos regresar y pasar la noche en la zona de roca al pie de la morrena.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             

El descenso fue placentero y menos tenso por la confianza que habíamos adquirido en poco más de dos horas. Bajamos estudiando el terreno, pensando en el día siguiente, en el segundo intento. Nuestra pequeña casa de tela naranja estaba instalada en un lugar perfecto. Tener techo y comida, sabiendo que los sacos nos darían el calor necesario para completar la comodidad, era todo lo que necesitábamos para sentirnos mimados por la vida. La tarde acariciaba la noche que caía sobre la inmensidad de la Amazonía, con un cielo salpicado por un mar de nubes que despertaba los deseos de convertirnos en el personaje del Principito, moviendo apenas un metro una silla para contemplar una y otra vez una hermosa puesta de sol. Al día siguiente decidimos estudiar otra vertiente de la montaña, la cara Sur, separada por un largo espolón rocoso que se plantaba en mitad del glaciar como una isla. Era imposible, era todavía más laberíntico. Retomamos la idea planteada durante la noche. Ascender por el glaciar pegados al espolón de roca pero superarlo significó escalar una rimaya de doce metros de puro cristal donde me atreví a ir de primero y sin colocar ningún seguro. Ascendimos todo lo que pudimos hasta que otra larga y profunda grieta nos empujó de nuevo a la rimaya. Arriba, de nuevo, otra enorme grieta nos hacía retroceder porque no encontramos ninguna salida hacia el camino de la cumbre. Una niebla se aferraba a la montaña encerrándonos en un mundo monocromo. Era como el telón de un escenario donde la obra de teatro se terminaba. Habíamos hecho mal los cálculos. Apenas quedaba algo que comer, planificamos una mala estrategia, habíamos subestimado la montaña o simplemente fuimos almas que penaron por un paraíso sin tocar el cielo. La idea de alcanzar la cima y realizar una travesía por la montaña, saliendo por otro lado hacia Porcay, se desvanecía completamente viendo las características del terreno, añadiendo que no conseguíamos contactar con el grueso de la expedición. Buscando el camino más corto o quizá dar continuidad a la aventura, escapamos del glaciar siguiendo el arroyo que nace del mismo por la ladera noreste, zigzagueando entre terrazas que nos obligaron a utilizar la cuerda únicamente para adelantar camino descendiendo las mochilas, liberándonos de peso en las zonas más comprometidas. La noche se hizo señora de la Cordillera de Vilcabamba y el haz de luz de nuestras linternas frontales irrumpía en la oscuridad para ayudarnos en un terreno complicado, moviéndonos en equilibrios por cantos rodados hasta que llegamos a lo que supusimos era la desembocadura. El suelo era un completo humedal. Palpamos una pequeña zona que apareció como una isla, lo suficientemente seca para instalar la tienda y encender el infiernillo. Sopa y un poco de chocolate fue la ración que teníamos. El cielo estrellado como cada noche, y la hermosa Cruz del Sur a la que mis pensamientos se abrazaban en su silueta.

 

trailer audiovisual ruta xv - nevado azulcocha

Audiovisual de 52 minutos de duración. En un montaje de fotografía y vídeo hacemos un recorrido por la Sierra de Vilcabamba, narrando la apertura de la Ruta XV, la exploración de las Lagunas Azules a los pies del impresionante Nevado Panta y la escalada al Nevado Azulcocha. Los momentos más emotivos se han vivido con la entrega de material escolar en las escuelas más pobres y aisladas de la zona y la asistencia médica de Eva Guldrís.

diario de viaje

CORDILLERA DE LOS ANDES 

Sierra de Vilcabamba

rubén

 

suárez

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