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MACHU PICCHU

 

Cuando regresábamos de nuestra exploración y escalada al Apu Choquezafra nuestro grupo se dividía en dos. Los tres escaladores teníamos una cita obligada en un fascinante viaje a Perú: Machu Picchu. Participábamos en una aventura que nos trasladaba al pasado de la mano de un intrépido como Santiago. Vilcabamba La Grande fue la última capital del Imperio Inca. Cuando Hiram Bingham se encontró con Machu Picchu, regresaba de su expedición buscando ese reducto final oculto en lo más profundo de la selva. A su vuelta, y sabiendo a día de hoy que seguía una pista equivocada hacia la localización de Lugar Grande, con una financiación que le obligaba a terminar su expedición, se dejó llevar por los comentarios que hablaban de una ciudad escondida entre las montañas. Bingham fue el divulgador pero no el descubridor de Machu Picchu porque este majestuoso lugar tal vez nunca haya estado perdido aunque sí oculto y los que habían llegado hasta el se limitaron a visitarlo y, en algunos casos, a huaquearlo.

 

Viajamos desde Ollantaytambo, donde ya no queda más remedio que seguir el viaje en tren o el saturado "camino inca" para el que es necesario pedir cita con tanta antelación como dos años. La cremallera de la vía del tren cierra el trayecto hasta Aguas Calientes, inmersos en el curso fluvial del Urubamba. Salir de la estación del tren significa penetrar obligatoriamente en el inmenso mercado de artesanía que es Perú. Si el viaje en tren te obliga a mirar hacia arriba, buscando el cielo entre elevados cerros cargados de espesa vegetación, la población de Aguas Calientes es literalmente mirar buscando el cielo y a mí, no se me ocurría otra cosa que pensar como escalador y tener todo un mundo vertical de aventura en la puerta de casa si viviese aquí. Aguas Calientes es el destino obligado preparado para el turista porque vive del turista. Una estatua del Inca Pachacutec en la plaza principal, alza los brazos hacia la ciudad que pudo ser su lugar de descanso y, al mismo tiempo, religioso. Vivimos y bebimos la noche como turistas y nos despertamos para coger uno de los autobuses que suben por una zigzagueante pista de tierra hasta las puertas de lo increíble.

 

 

Machu Picchu es ese lugar que uno puede encontrarse en mil folletos turísiticos o documentales, pero cuando te adentras en el, te sientes descubridor. Es un lugar cargado de misticismo, con un paraje que juega de manera inexplicable con las emociones. Caminar entre las viviendas y los palacios, las terrazas de cultivo colgando hacia un abismo que supera los trescientos metros, donde los más ascéticos buscan encontrarse consigo mismos o tal vez preguntarse como puede existir un lugar tan excepcional. Subir hasta el observatorio y ver de cerca donde un Imperio ataba el dios Sol. 

 

 

diario de viaje

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